707.157 días vividos.
¿Por qué fracasamos de manera reiterada a la hora de cumplir determinados proyectos que exigen periodicidad, como escribir un diario?
¿Qué relación existe entre los números que representan períodos de tiempo, y nuestra capacidad para llevar a cabo una tarea?
¿Cuantas veces hemos intentado comenzar algo, de nuevo, el 1 de enero, el 1 de septiembre, el día de cumpleaños, o el siguiente lunes?
Quizás esa frustración latente tiene que ver con fijar un punto de partida, y no un lugar de llegada.
Por ejemplo, 292.843 días restan para llegar a 1.000.000 días vividos, lo que, en sí mismo, no es mejor que llegar a 1.003.643, aunque nos lo pueda parecer. Es indudable que 292.943, como meta, suena mejor que 707.157, como recorrido. Otro día escribiré de la incertidumbre, los recuerdos, y la incertidumbre de los recuerdos.
Los números han tenido hasta hora mucho que ver con casi todas las cosas que he vivido, y no sólo al marcar un ritmo propio e inexorable.
El TRES estaba en aquel 12 de octubre de 1069, en que vi por primera vez la luz. Y quizás tenga que ver, el tiempo lo dirá, con el momento en que la vea por última vez. También estaban el DOS y el SEIS en menor medida, o incluso el CINCO. No aparecía el SIETE, que surgió después. No sé cual es el motivo, pero tengo la certeza de que es así.
Ningún número ha sido ajeno, entre otras cosas, porque en cada número se encuentran todos los demás, siguiendo un orden, desconcertante a veces, pero siempre preciso.
Y más allá de la lectura simplista que se pueda hacer sobre la duración de la infancia, la pubertad y la madurez, mis ciclos vitales han venido durando, hasta ahora, OCHO años: Hasta los ocho, de los ocho a los dieciseis, de los dieciseis a los veinticuatro, de ahí a los treinta y dos, y de los treinta y dos hacia los cuarenta.
Los cuarenta, el 12 de octubre de 2009.
Las 14:00 PM del 27 de noviembre de 2005. Hora de almorzar.
27 de noviembre de 2005
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