26 de diciembre de 2005

"Prácticas de espacio", por Martín Mora

Como ocurre en la literatura, en donde es posible distinguir los estilos o maneras de escribir, así también uno puede distinguir las maneras de hacer, de caminar, de leer, de producir, de hablar... Estos estilos de actuar se explican dentro de un campo que los regula en un primer nivel pero a donde introducen una forma de sacar provecho que obedece a reglas distintas y que constituye un segundo nivel. Generan una creatividad a la que con toda autenticidad cabe llamar arte. Para dar cuenta de estas prácticas, de Certeau apela a la categoría de trayectoria: se evoca un movimiento temporal en el espacio, la unidad de una sucesión (hilo de sucesos) diacrónica de puntos recorridos y no la figura que dichos puntos forman en un lugar supuestamente sincrónico o acrónico. Esta representación resulta insuficiente puesto que la trayectoria se dibuja en un plano y el espacio y el movimiento son reducidos a una línea susceptible de ser englobada totalmente por el ojo, por el punto de vista, legible en el instante. Se proyecta sobre un plano el recorrido de un caminante en la ciudad, se mira "desde arriba", con miras de cartógrafo.

Por más útil que sea esta planificación de la trayectoria, tuerce la articulación temporal de los lugares en una continuidad espacial de meros puntos. El gráfico opera como signo reversible y sustituye a una práctica indisociable de momentos particulares y de ocasiones: una huella en lugar de los actos y una reliquia en lugar de las acciones, un desecho y el signo de su desaparición. Un simulacro a lo Baudrillard que postula la posibilidad de tomar lo descrito por las operaciones basadas en las ocasiones, típico de las gestiones funcionalistas del espacio. Por lo tanto, la insistencia de Michel de Certeau en su modelo de las tácticas/ardides como interruptores dentro de esa lógica binaria y como propulsores de una distinción entre contemplar y recorrer el espacio.

En la tercera parte del libro L'invention du quotidien I. Arts de faire de Michel de Certeau, se hace una puntual exploración de las Prácticas de espacio. Aparecen descritos allí mismo algunos de ejes analíticos fundamentales: mirones y paseantes, lugares y espacios, mapas y recorridos. Serán planteados de manera cercana a como de Certeau los relata.

1. Mirones y Errantes

No es exagerado señalar que quizá este capítulo es el más bellamente escrito de dicho libro. De hecho, crea una atmósfera visual por medio de un lenguaje cortado a la medida y en sintonía con la temática que lo construye. Empieza a partir de imaginarse uno en una posición elevada, oteando desde un alminar identificado: el piso 110 del World Trade Center en Nueva York. No es necesario conocer el sitio físicamente puesto que la invitación es a suspenderse en la mirada desde la altura más que a fomentar un hecho turístico. Así, en la altura, puede verse que la ciudad se inmoviliza bajo la mirada, que adquiere la apariencia de un mapa, que se aplana, que se hace cartograma. Con ello toda variedad de texturas, colores definidos, oposiciones, constrastes e irrupciones se diluyen. Lo mirado se solidifica con notoria objetividad. La estratagema de mirada desde lo alto obedece a unas ansias de dominar, de controlar, de vigilar, de ser un panóptico.


Subir para jugar el rol de mirones (voyeurs) es operar con un intento de separación del dominio de la ciudad, Es decir, desprenderse del correaje que ata a los lugares con su piedra imantada. Se trata de vencer ese vértigo que atrae en todo abismo y que constituye la razón íntima para que sean temibles las alturas: no es miedo a caer sino a querer arrojarse al vacío. Por ello mismo, el intento vale como vocación de dominio, como la procura del alejamiento en perspectiva que parezca garantizar la excursión por el espacio de lo visto. De esta manera ya no se está atado al anonimato del tránsito urbano. Uno sale de la masa que mezcla-masifica-diluye la comodidad de nuestras identidades y se hace singular. El que mira domina al objeto mirado. O tal vez al revés como sugiriera tan nerviosamente Sartre. Pero en todo caso la potencia del fenómeno adquiere singularidades que se cuajan en aparentes extremos: quien mira y lo mirado. De eso se trata la ficción del conocimiento: ser un punto vidente, un "Ojo solar, mirada de dios".


La explicación de de Certeau pide recordar que las pinturas medievales y renacentistas construían una perspectiva inexistente de facto. Inventan el sobrevuelo en perspectiva caballera y el panorama que hace posible lo observado. Se las ingenian para imaginar los aviones y la posible mirada desde allí. Digresión: uno recuerda haber visto, alguna vez, cierta colección de estampas con planos de ciudades en la que todas estaban dibujadas desde el punto posible de una montaña. En estricto sentido, el dibujo plano desde lo alto resulta más un modelo para construcción de ciudades que una carta de las existentes. Eso significa que la perspectiva que traza esos planos parte de una inclinación menor a los 90 grados: como podría suceder con un escorzo a lo Ícaro que dibujase lo visto.


En efecto, la búsqueda de una manera de representación aérea de los lugares siempre va enlazada con una teoría, con un panorama, con un horizonte. A final de cuentas, las tres palabras aluden más o menos a lo mismo: orei: "lo que hace visible las cosas". Así, para decirlo de paso, la teoría es una metáfora eminentemente visual que ha perdido su poder evocativo para pasar a designar cualquier cosa, menos la mirada y su eje de realización. En fin. El hecho es que justamente la técnica ha podido satisfacer este poder panóptico al crear todo la parafernalia artefactual y conceptual para dominar el espacio desde las alturas: torres de vigilancia y control, faros, miradores y murallas, drones, vigilancia satelital, etcétera, ejemplificados por la paranoia extendida que va de Virilio a Wim Wenders, de Bataille a Bentham, de Foucault a la policía del mundo que creen ser los gobernantes de los Estados Unidos con su ojo triangulado.


Si lo teórico es lo visual (theorein), la ciudad-panorama es un simulacro teórico que existe al olvidar las prácticas a ras de suelo y los andares paso a paso. De esta manera, abajo viven los prácticantes de la ciudad: los errantes o caminantes (marcheurs, Wandersmänners), paseantes "cuyo cuerpo obedece a trazos gruesos y finos (caligrafía) de un texto urbano que escriben sin poder leerlo". Todas estas redes de escritura, textos, componen una historia múltiple, sin autor ni espectador, formada por trayectorias y alteraciones de espacios: una historia interminable. Las prácticas del espacio son las maneras de hacer son las operaciones con otra espacialidad que no es una geométrica o geográfica de construcciones visuales, teóricas o panópticas. Son prácticas antropológicas del espacio (con el sello de Merleau-Ponty), poéticas y míticas que se inscriben en una ciudad opaca y ciega, trashumante o metafórica. Léase de nuevo a de Certeau:

La vista en perspectiva y la vista en prospectiva constituyen la doble proyección de un pasado opaco y de un futuro incierto en una superficie que puede tratarse... planificar la ciudad es, a la vez, pensar la pluralidad misma de lo real y dar efectividad a este pensamiento de lo plural; es conocer y poder articular.


De la ciudad-panorama se pasa a la ciudad-concepto. Esta última es creada por el discurso utópico y urbanístico y está definida por una triple operación que la estructura: a) la producción de un espacio propio (una ciudad congelada para su disección); b) las resistencias son sustituidas con un no tiempo, o sistema sincrónico (una ciudad con identidad intemporal); y c) la creación de un sujeto universal y anónimo que es la ciudad misma: la Ciudad. En suma, una triple congelación: espacio, tiempo, hombre; todas ellas categorías de una modernidad que malgré las vociferaciones postmodernas y sus acólitos, siguen siendo visualizadas como ejes de discusión.


El lenguaje del poder juega a los buenos modales que le ponen piel de cordero y mirada lánguida: se urbaniza. Pero la ciudad sigue bullendo fuera del panóptico y su ilusión de dominio. Bajo el discurso ideológico petrificante proliferan los ardides anónimos imposibles de manejar. Una esperanza estará en la sospecha de que las ciudades se deterioran al mismo tiempo que los procedimientos que las han organizado. La ciudad-concepto se desmorona. Pero alegremente, puesto que ninguno de los cambios que tanto aterran a los urbanistas es nocivo totalmente.


En efecto, no se trata de husmear como sabuesos en la escatología de las globalidades y otras esoterias, ni de soñar con los paraísos artificiales libres de influencias exteriores, ni tampoco de rasgarse las vestiduras suponiendo que los ghettos son negativos y que es imperioso evitarlos. Lo más probable es que se traten de prurito por las simples problematizaciones que obedecen a una lógica del conservacionismo y del dominio teórico fiero, expedito, impecable, implacable. Da gusto compartir el comentario de de Certeau: "Los ministros del conocimiento siempre han supuesto que el universo está amenazado por los cambios que estremecen sus ideologías y sus puestos. Transforman la infelicidad de sus teorías en teorías de la infelicidad". Al escuchar estas palabras, una cuadrilla de postmos se asoma, aludida, de entre sus barricadas y refugios antiminas contra el Holocausto. Catástrofe, horror, pánico: fin del hombre, fin de los metarrelatos, fin de la historia, fin de las certezas, fin de la realidad, fin de la geografía...



2. Lugares y Espacios

Una serie de ideas como preámbulo: al pertenecer al dominio de lo cualitativo en estricto sentido, los pasos de la caminata no forman una serie cuantificable. No se localizan sino que en realidad espacializan. Dan movimiento a los lugares y conforman el espacio. Si bien es cierto que pueden registrarse en mapas urbanos, en cuadrículas de ruta, en la polisemia de los llamados "mapas cognitivos", al hacerlo mediante un proceso que los desvincula de su ejecución pierden el acto mismo de pasar, de ser tránsito, de imaginar trayectorias. Siendo esto así, la distinción que hace de Certeau entre lugares y espacios reclama su topos en este escrito. Se cita nuevamente en extenso:

Un lugar es el orden (cualquiera que sea) según el cual los elementos se distribuyen en relaciones de coexistencia. Ahí pues se excluye la posibilidad para que dos cosas se encuentren en el mismo sitio. Ahí impera la ley de lo "propio": los elementos considerados están unos al lado de otros, cada uno situado en un sitio "propio" y distinto que cada uno define. Un lugar es pues una configuración instantánea de posiciones. Implica una indicación de estabilidad.

Hay espacio en cuanto que se toman en consideración los vectores de dirección, las cantidades de velocidad y la variable del tiempo. El espacio es un cruzamiento de movilidades. Espacio es el efecto producido por las operaciones que lo orientan, lo circunstancian, lo temporalizan y lo llevan a funcionar como una unidad polivalente de programas conflictuales o de proximidades contractuales. A diferencia del lugar, carece pues de la univocidad y de la estabilidad de un sitio "propio". El espacio es al lugar lo que se vuelve la palabra al ser articulada, es decir, cuando queda atrapado en la ambigüedad de una realización, transformado en un término pertinente de múltiples convenciones, planteado como el acto de un presente (o de un tiempo), y modificado por las transformaciones debidas a contigüidades sucesivas.


Así diferenciados, de Certeau resume diciendo que el espacio es un lugar practicado. Por lo mismo, la geometría que define la calle desde el punto de vista de los urbanistas se transforma (para su rabia siempre inmediata) en espacio por intervención de los caminantes. No es ajena entonces la similitud con el proceso de lectura y escritura que ya ha sido analizado de manera profusa por muchos autores: la lectura es el espacio producido por la práctica del lugar que constituye un sistema de signos, esto es, un escrito.


Recuérdese que Merleau-Ponty ya distinguía entre un espacio geométrico, una espacialidad isótropa y homogénea parecida al lugar definido líneas arriba, de aquella otra espacialidad llamada espacio antropológico, pariente de la idea de espacio, también ya apuntada. Sin embargo, tal distinción en Merleau-Ponty obedece, según de Certeau, a una problemática en la que convenía separar de la univocidad geométrica la experiencia de un "afuera" que marca la relación con el mundo. Desde este punto de vista, hay tantos espacios como experiencias espaciales distintas y la perspectiva está determinada por una fenomenología del existir en el mundo. Así, por motivos diferenciales no tan cercanos, a final de cuentas las distinciones de ambos autores enfatizan en el eje existencia como experiencia práctica y determinación geométrica de meros vectores: fenómeno y localización, dinámica y campo de fuerzas, antropología y geometría, acontecimiento en relación y juego de física de fuerzas. En suma, al distinguir el lugar del espacio es posible añadir movilidad al binomio mirón-errante y enlazar tanto con perspectiva y prospectiva como con mapas y recorridos.


Mediante el análisis de las prácticas cotidianas, la oposición entre lugar y espacio remite de manera narrativa a dos posibilidades: una reducible a una ley del lugar, estar ahí, como el cadáver que parece fundar un lugar en forma de tumba o lápida; por el otro, las operaciones que densifican espacios mediante la agencia humana y en donde un movimiento condiciona la producción de un espacio y de una historia. Salta un hecho importante: los relatos efectúan un incesante trabajo de transformación de los lugares en espacios o de los espacios en lugares y organizan los repertorios de relaciones cambiantes que se dan entre unos y otros. Perfilan la entidad discursiva que vincula al mapa con el recorrido.


Vía recíproca a la del análisis de Foucault: entender que las triquiñuelas minúsculas de la indisciplina sacan su eficacia de la relación entre el espacio y el procedimiento para hacerlo su operador: hacerlo bailar al son de su música. Hacer hablar al espacio. Porque si se compara la caminata con el acto de hablar (como lo ha hecho Barthes), el acto de caminar es al sistema urbano lo que la enunciación es a la lengua o a los enunciados realizados. Se da el caso de una triple función enunciativa: a) apropiación topográfica del peatón (el locutor asume y se apropia de su lengua); b) realización espacial del lugar (el habla es realización sonora de la lengua); c) implica un juego de relaciones entre posiciones diferenciadas o contratos pragmáticos como movimiento (la enunciación verbal es alocución con locutores diversos).


El orden espacial está organizado como una retahila de posibilidades y prohibiciones y el caminante efectúa una labor de actualización selectiva en que a algunas las hace ser y a otras desaparecer, las desplaza, improvisa, inventa atajos, sobrepasa e irrumpe en los límites dados a cada lugar. El orden espacial es seleccionado. "El usuario de la ciudad --insiste Barthes-- toma fragmentos del enunciado para actualizarlos en secreto. El caminante crea discontinuidad, esto es, una retórica en donde la marcha hace móvil al medio ambiente hilando una sucesión de lugares que establecen, mantienen o interrumpen el contacto: lugares de conexión, topoi fáticos. Reaparece el estilo para señalarse como el arte de dar vueltas a las frases tal y como se dan vueltas y rodeos en los recorridos. Como lenguaje ordinario que es, esta práctica de la hibridez, ars combinatoria, combina estilos y usos con todo el mérito de una manera de hacer.


Si las prácticas del espacio, al igual que los tropos retóricos, hacen existir tanto a sentidos literales como figurados, entonces el espacio geométrico de una apabullante cantidad de urbanistas, arquitectos y psicólogos ambientales parece funcionar como si fuera el "sentido propio" y normativo que los lingüístas construyen para distinguir las desviaciones propias del sentido figurado. Lo cierto es que en la calle, en el uso peatonal parece no existir este sentido propio. La gente desconoce las instrucciones de uso que los expertos atribuyen a cada espacio urbano. Tal parece que es solamente una ficción producida por el uso particular metalingüístico de la ciencia que se peculiariza por la distinción. Wittgenstein frunce el ceño.


Las prácticas de espacio dinamizan tendencias para dilatar y sustituir el espacio, para abrir ausencias en el continuum espacial, densificarlo o miniaturizarlo, ampliarlo o aislarlo. Todas estas figuras modélicas del movimiento hacen aparecer discursos y sueños como similares. Van de un lugar originario (topos) a un no lugar (utopos) que producen con su marcha una manera de practicar y construir espacios. Una vez más: los espacios son las descongelaciones de los témpanos llamados lugares.


Los espacios vaciados de su propiedad son reemplazados por una simbología del suspenso: "ya no hay lugares especiales aparte de mi casa. No hay nada", claman los viejos habitantes de cualquier vecindario. Cunde el desarraigo y la nomadez. La dispersión de los relatos ya indica la de lo memorable. La memoria es el antimuseo porque no es localizable, a pesar de Halbwachs. Las expresiones se dan a raudales: "aquí estaba mi escuela primaria", "en aquella esquina estuvo la tienda de don Herminio", "en este lugar conocí a tu madre".


Espacios vivos como los relatos que los reaniman y los inventan a cada instante. Narración de carne y piedra como la de aquel libro de Sennett. Cantaríamos con Kandinsky la tonada de la fluctuación de la ciudad: "una gran ciudad construida según todas las reglas de la arquitectura y de pronto, sacudida por una fuerza que desafía los cálculos". El simple gesto del peatón solitario, adormilado, que deambula en busca de su habitual taza de café en su espacio familiar, ya ha descompuesto la mañana de la ciudad: sin saberlo ni quererlo, ya es un posible "atractor extraño".



3. Mapas y Recorridos

Michel de Certeau parte del análisis de las descripciones que hacen los ocupantes de apartamentos en Nueva York que hicieron Linde y Labov hacia 1975. Ellos reconocían dos tipos de descripciones que llamaban "map" (mapa) y "tour" (recorrido). En el primer caso el modelo es del tipo siguiente: "Al lado de la cocina, está la recámara de las niñas". En el segundo tipo: "Das vuelta a la derecha y entras en la sala de estar". Una oscilación entre la situación y la trayectoria. Una oscilación que fluctúa entre los extremos de una alternativa: o bien ver (el mirón que se inserta en el orden de los lugares), o bien ir (el paseante que se vuelca en acciones espacializantes). En suma, una fluctuación que o bien presenta cuadros y mapas con un contenido, o bien organiza movimientos, trayectorias, recorridos con instrucciones de marcha.


¿Cuál es la coordinación --se pregunta de Certeau-- entre un hacer y un ver, en este lenguaje ordinario en el que el primero domina tan claramente? Como aúlla Castro Nogueira: "¡Que vienen los cartógrafos!" El caso es que se hallan implicados dos lenguajes simbólicos y antropológicos del espacio en que, al parecer, se pasa de uno al otro, de la cultura ordinaria al discurso científico. En el discurso diario, las narraciones de recorrido están punteadas por giros de tipo mapa que tienen varias funciones, a saber:

a) indicar un efecto obtenido mediante el recorrido
("al pasar por allí, ves...")

b) señalar un dato postulable como límite
("...que hay una pared...")

c) asentar su posibilidad
("...pero también hay una puerta...")

d) o plantear una obligación
("...aunque es de un solo sentido...")


Y etcéteras añadibles. El caso es que la cadena de operaciones espacializantes parece marcada con referencias en lo que produce, lugares, o en lo que implica, un orden local. No resulta extraño, por lo mismo, que los relatos cotidianos están imbricados de esta manera pero que han sido disociados a lo largo del tiempo entre las representaciones literarias y científicas del espacio. Literatura y teoría urbana, novela e historia de vida, ficción y testimonio, invención y memorias, y más dicotomías añejas.


Michel de Certeau hace una bella observación cuando evoca que en Atenas siguen llamando al transporte público con su antiguo nombre: metaphorai. Así, todo mundo se monta en metáforas todo el día para ir de un sitio a otro. Y hace ver que los relatos urbanos podrían ser llamados de igual manera con toda la justicia etimológica posible. Uno creería de verdad que las metáforas pueblan hasta los dichos más rutinarios triviales y modestos de los hombres ordinarios y que todo el lenguaje está sumergido en la marea de los sentidos. Sería vista la estrecha relación entre las prácticas de decir y de caminar y podría vislumbrarse que el tránsito entre lugares puede seguir una de tres modalidades: a) epistémica, de conocimiento: "aquí no es la Plaza Nosferatu"; b) alética, de existencia: "el Infierno es un lugar imposible de encontrar"; y c) deontológico, de obligación: "de aquí tienes que salir a como dé lugar".


Abundando más sobre el mapa, de Certeau señala que la forma geográfica actual del mapa aparece en el intervalo de nacimiento del discurso científico moderno (del siglo XV al XVII), librándose de los itinerarios que eran su condición de posibilidad en cartas anteriores. Así, en los mapas medievales se consignaban ante todo los trazos rectilíneos de recorridos como indicaciones performativas de los peregrinajes, con la señalización de las etapas a seguir pero en términos de ciudades en donde dormir, rezar, comer, alojarse, etcétera, y también las distancias medidas en horas y días de camino. Eran auténticos memoranda prescriptivos de acciones, de recorridos a seguir don donde domina el recorrido que deberá hacerse.


De hecho, en condiciones habituales sigue dándose esta clase de cartografía de ruta. O es que acaso uno no ha dibujado en un papel cualquiera los datos para llegar a una cita o para cumplir con una encomienda: "Bajas por La Rambla y doblas a la izquierda en la calle X (que ya conoces) hasta llegar frente a la iglesia. A la izquierda está la puerta. Subes alrededor de cincuenta escalones por una escalera estrecha y topas con la puerta a la derecha. Entras. Al final del pasillo, en la cocina, abres el cajón más bajo de la alacena y, encima de las cajas de cereales, encontrarás la comida de la gata".


Aunque no sea dibujada en un papel y sea verbal, esta serie de recomendaciones de ruta ejemplifica una manera de vivir el espacio que no quiere estar atrapada en las impecables, lujosas e inútiles guías de viaje o planos de ciudad. Dos ejemplos más: las "agendas de direcciones" que Barthes encuentra entre los japoneses y el extraordinario mapa azteca del siglo XV que describe una caminata con huellas de pasos, distancias y acontecimientos como combates, ríos cruzados, comidas, montañas: no un mapa sino un libro de historia. Por cierto, de Certeau no atina a escribir correctamente el nombre del grupo étnico de que se trata y los llama "totomihuacas", en una muestra candorosa de mal oído para los nombres autóctonos. En fin, gajes del oficio.


Los descriptores tipo recorrido de los mapas (el velero como indicación del mar y la navegación, la huella como la dirección de la caminata, la casa como indicación del alojamiento...) van siendo borrados paulatinamente de los mapas. "Coloniza su espacio", dice de Certeau, elimina las imágenes pictóricas en provecho de una planicie de líneas que abomina de la profundidad que dan los pictogramas. Sirven bien a la lógica del mirón icariano y no tanto a la del caminante. Por lo mismo, el Wandersmänner, el flâneur, el rompesuelas, el azotacalles, el indigente, el nómada, el extranjero y el pata de perro, deambulan desenfadadamente por las calles sin mapa en la mano.


La diferencia entre las dos descripciones del espacio no implica una presencia o una ausencia de las prácticas de caminata. Es evidente que están allí, regadas por todas partes. Más bien los mapas se constituyen como los lugares propios en donde exponer los productos del conocimiento formando cuadros legibles. En cambio, los relatos de espacio exhiben airosamente las operaciones que hacen posible que los lugares propios sean triturados y revolcados por las maneras peculiares de usar los lugares. Así, los relatos cotidianos cuentan lo que se puede hacer y fabricar: desde una geografía preestablecida extensible desde las recámaras en donde "nada puede hacerse" hasta las bodegas y corrales que "sirven para todo". Los relatos cuentan lo posible: las fabricaciones del espacio.


Los relatos están animados por una contradicción en la que figura la relación existente entre la frontera y el puente; es decir, entre un espacio (legítimo, cuadriculado por la ley de lo propio) y su exterioridad (extranjera, alienada, bizarra, transgresora). Pero como todo límite situado mediante coordenadas más o menos claras, también es vínculo y articulación: también es paso. En efecto, allí donde el mapa corta, regionaliza, nacionaliza, separa, localiza, el relato que le acompaña atraviesa. Así, la narración es diegética: instaura un camino y pasa a través de su ruta. Es guía y transgresión, es topológica (hecha con las deformaciones del espacio) y no tópica (lugares). El punto de quiebre de las narraciones es el punto ciego en el que la razón falla para entrar en otra dimensión, la del accidente del tiempo: lo imprevisible. Eliminar lo imprevisto como algo ilegítimo, antinatural, excretado, irracional, es impedir la posibilidad de una práctica del espacio viva y mítica en donde la ciudad es una fábula indeterminada, metafórica, indisciplinada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

leete Politicas del espacio: arquitectura, género y control social. Creo que te puede interesar.