Dicen que la primera manifestación de la crisis de los 40 es el deseo compulsivo de cambiar de coche. Buena parte de mis amigos proximos a esa redonda edad, han caído en ese extraño síndrome, y, lejos de preocuparles, lo exhiben sin rubor. Aunque no es menos cierto que a los caso extremos les viene ocurriendo, desde hace años, cada dos minutos...
Tal cuestión no me importaría lo más mínimo si no fuera porque, cercano ya mi 37 cumpleaños, me ha entrado un súbito impulso de cambiar de coche. Ha ocurrido este verano, de la noche a la mañana, cuando el coche me ha parecido siempre un mal necesario...
Mi objeto del deseo, es el nuevo Toyota Prius.
Tuve mi primer coche, casi por obligación, a los 28 años. Lo compré una semana después de sacarme el permiso de conducción, empujado por Mimí, que me había inscrito en la autoescuela. Era un Mazda MX-3, pequeño y agradable de conducir.
Lo cambié casi por obligación. El nacimiento de María y la compra de un piso en la periferia, nos hizo necesitar un coche más grande. La oportunidad de compra de un Opel Zafira de empresa, que finalizaba un leasing de cuatro años, hizo el resto.
Pasados tres años, el Zafira nos ha vuelto a dejar tirados, por enésima vez, en Bueu.
De modo que, de la noche a la mañana, he empezado a bucear en bases de datos de coches, tratando de hacer una "elección racional", basada en tres parámetros: Menos de 30.000 €, más de 400 litros de maletero, y cambio automático. En igualdad de condiciones, he empezado a comparar por equipamiento, estética y consumo, dando prioridad a las marcas japonesas, por la buena experiencia con Mazda y la mala con Opel.
Y es así como he dado con el Prius, una pequeña maravilla tecnológica con conciencia medioambiental. No voy a describirlo aquí; pero recomiendo a quién no lo conozca, le eche un vistazo en www.toyota.es o, casi mejor, en km77.com.
A mi juicio, aunque se trate casi de un coche experimento, abre un camino importante a la industria automovilística.
Volveré a escribir sobre el Prius una vez lo tenga entre mis manos, hacia finales de año.
And here is the rest of it.
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6 de septiembre de 2006
Conclusiones del verano (II): Boom, Boom, Bueu

Como cada año, desde hace diez, hemos pasado parte de las vacaciones en Bueu, un pequeño pueblo de Pontevedra que en el año 1900, tenía 7.200 habitantes, y a principios del siglo XXI cuenta con 12.500.
Algo nuevo se está moviendo entre Marín y Cangas. Seis inmobiliarias nuevas, seis, han surgido desde el último verano. Turistas en bermudas agudizan la vista en busca de la ganga, mientras los comerciales, apostados a la entrada, esperan el inicio el regateo. Bueu se está convirtiendo apresuradamente en un zoco, en el que un plano o una foto son capaces de acelerar el pulso a un ritmo insospechado.
Los padres de los vendedores se forjaron en la lonja y en los barcos, pero la pesca inmobiliaria es libre, menos sacrificada, y otorga mejores frutos. Hasta 240.000 euros se piden por un metro cuadrado, con vistas a la ría y a la pionera Sanxenxo. Es el preciado botín al que aspiran los colonizadores de un nuevo oeste que está por descubrir, y que empieza a sufrir las consecuencias.
No hago juicios de valor; me limito a señalar un fenómeno que está llegando hasta los pueblos más pequeños de una España en la que la arquitectura parece haberse convertido en el valor residual de un metro cuadrado sobre el que pisar. Sigo y seguiré siendo un firme defensor de la libertad individual, el derecho de propiedad y las leyes del mercado, terreno natural de un fenómeno que no es nuevo en las grandes ciudades, pero que alcanza ya pueblecitos, como Bueu, nacidos en el lejano siglo XIX, a la sombra de la industria conservera.
Me parece criticable, por el contrario, que muchos poderes públicos no sean capaces de crear el marco adecuado a este desarrollo demandado por los ciudadanos, compradores y vendedores. En un vano intento de parar el tiempo, parecen preferir que sus ciudades se conviertan en un desafortunado damero de improvisaciones, antes que abordar una sana planificación urbanística que les permita sacar el mejor provecho posible del territorio.
4 de septiembre de 2006
Conclusiones del verano (I): Galáctico Koolhaas
Hasta este verano, no había tenido la oportunidad de visitar ninguno de los edificios realizados hasta la fecha por Rem Koolhaas, el gurú de la arquitectura contemporánea.

Como la gran mayoría de los arquitectos, me había hecho una impresión de su obra construída a través de la seleccionada colección de fotos con que nos obsequian las revistas de cuando en cuando.
De ahí que su arquitectura tuviera para mí un cierto aire cinematográfico, forzado por toda suerte de trucos que juegan con la perspectiva, los enfoques, la luz, el color.
En agosto tuve la oportunidad de visitar la Casa de la Música de Oporto, un impresionante ejercicio de arquitectura... y de fuegos artificiales.
El edificio bien parece una atracción de un parque temático patrocinado por 20th Century Fox. Sin ir más lejos, el arquitectónico meteorito y sus pasillos me remite subconscientemente a las naves de Star Wars por las que caminaba en los sueños de mi niñez...

Como la gran mayoría de los arquitectos, me había hecho una impresión de su obra construída a través de la seleccionada colección de fotos con que nos obsequian las revistas de cuando en cuando.
De ahí que su arquitectura tuviera para mí un cierto aire cinematográfico, forzado por toda suerte de trucos que juegan con la perspectiva, los enfoques, la luz, el color.
En agosto tuve la oportunidad de visitar la Casa de la Música de Oporto, un impresionante ejercicio de arquitectura... y de fuegos artificiales.
El edificio bien parece una atracción de un parque temático patrocinado por 20th Century Fox. Sin ir más lejos, el arquitectónico meteorito y sus pasillos me remite subconscientemente a las naves de Star Wars por las que caminaba en los sueños de mi niñez...

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