14 de enero de 2006

Patologías de la periferia (I): El nuevo Madrid


Durante los primeros días de 2006 he podido alejarme de la frenética rutina que imponen el coche y el trabajo, para dedicarme, entre otras cosas, a caminar por el nuevo Madrid que crece cerca de mi casa, tras la delgada línea que separa Alcobendas de la capital. Un Madrid que retrata muy bien Emilio López-Galiacho en http://www.emiliogaliacho.com

Una de las ventajas o defectos que tiene vivir en la periferia, es que puedes ejercer de funambulista, intentando mantener el equilibrio entre aceras a medio construir, autovías infinitas, gruas que se pierden entre la polución, y árboles que parecen inclinarse para reclamar la atención de los muy estresados conductores. Imagino, en definitiva, que algo muy similar a lo que ocurre cada día en la periferia de cualquier gran ciudad.

Lo que hoy es una ciudad a medio hacer, fue, hace años, un espacio privilegiado, rodeado de centenarias encinas y magníficas vistas de la provinciana capital y de la sierra. No es casual que Fisac llegara muchos años antes que el Plan General y El Corte Inglés, aunque por desgracia, estos últimos hayan terminado conquistando el territorio junto a una arquitectura estandarizada y mediocre.

Me considero urbanita, y estoy muy lejos de verme entre los seguidores del Principe de Gales que propugnan una vuelta a la producción artesanal y a la vida campestre. Pero la ciudad que estamos haciendo parece estar muy lejos de la mejor de las posibles.

La primera impresión al caminar por el nuevo Madrid es que se ha perdido una grandísima oportunidad de hacer algo verdaderamente importante. Los dos nuevos barrios del norte van a albergar una población similar a la de ciudades como Soria, y, aún comenzando su andadura, ya parecen viejos. Paseando por Sanchinarro uno recuerda con envidia operaciones urbanas como las de Berlín o la Barcelona post-olímpica, en los que la sutura urbana se vio acompañada de arquitectura de calidad, con sentido urbano. No es, por desgracia, el caso de Madrid.

Hay excepciones a la regla: El colegio de la Asunción Cuestablanca, la Iglesia de los Dominicos de Alcobendas, la casa y el estudio en el Cerro del Aire del pionero Fisac; el archicriticado edificio Mirador de MVRDV, los conjuntos de viviendas de Rafael de la Hoz, y Gonzalez Gallegos y Aranguren, en El Encinar de los Reyes; son algunos ejemplos de magnífica arquitectura, que invitan a soñar sobre lo que pudo ser y no será.

Paseando por la periferia de Madrid queda de manifiesto que la ciudad nace enferma, y que la responsabilidad es compartida por quienes la ideamos, hacemos y vivimos.

Hay, en primer lugar, evidentes problemas de planificación política. Parece cuando menos estúpido que se puedan tardar más de 20 años desde que un plan urbanístico sale de un estudio hasta que se empieza a materializar. El daño que hicieron a Madrid ideas como la del "crecimiento cero" fue atroz, al limitar el mercado de suelo disponible, pero no es menor el daño que provoca un urbanismo que se limita a decidir por dónde pasan los coches y definir el sota-caballo-rey de lo que no se puede hacer, dejando la arquitectura a expensas de los crematísticos deseos de los promotores. La arquitectura se ha convertido hoy en algo simplemente necesario para poder poner un suelo cuadrado construído en el mercado.

En la medida en que la arquitectura condiciona la ciudad y la vida de los ciudadanos, creo las administraciones deberían, en lugar de establecer límites a la libertad, apostar por la liberalización, ejerciendo el "derecho de tanteo" a la hora de proponer proyectos alternativos a los que se acompañan la licencia. Pero eso es soñar con una ciudad hecha con criterios arquitectónicos...

En los siguientes post me referiré a otras cosas que me indignan de la nueva ciudad de Madrid, como la proliferación de imbéciles con spray, los cutrecarteles publicitarios, la estandarización de la arquitectura de la vivienda, los tontos al volante y demás especies de esta ciudad a la que, en el fondo, queremos.

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