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5 de septiembre de 2006

Arde Madrid


Al final, todo ha quedado en un susto, pero las llamas de ayer en Torre Espacio, no pudieron por menos que recordarnos a los madrileños el incendio en el Edificio Windsor.

Desde el inicio de su construcción, parecía haberse producido una suerte de competición de velocidad entre las cuatro torres de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid (obras de Pelli, Rubio Carvajal y Alvarez-Sala, Foster, y Pei, Cobb, Fred & Partners), llamadas a configurar el nuevo skyline del Madrid gallardonita. La torre sufridora del incendio de ayer (la de Pei & Co.), había tomado, hasta ahora, cierta ventaja de altura. La resolución de la carrera de velocidad gana ahora en intriga.

Tengo la impresión de que, por muy visibles que sean los incendios en las alturas, pueden llegar a ser mucho más peligrosos para la convivencia ciertos incendios invisibles que se gestan tanto en lo más profundo como en la periferia de las grandes ciudades...


Anoche, de vuelta a casa, me resultaba tan irónico como esperanzador que, a pocos metros de las cuatro torres que rivalizan en individualismo (tanto como las estrellitas del futbol profesional), otras torres, los jugadores de la selección española de baloncesto, celebraran el triunfo del juego en equipo.

Comentario aparte merece el locutor de Telemadrid, explicando que "el edificio incendiado es muy seguro porque está construído con elementos estructurales verticales elaborados en hormigón de alta resistencia, que sostienen losas horizontales elaboradas también en hormigón". Sin palabras...


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20 de febrero de 2006

6 de febrero de 2006

Lamela: "Para exigir al urbanismo, hace falta urbanidad"

Publicaba ayer el diario La Razón una entrevista con Antonio Lamela, coautor del proyecto del nuevo Barajas. Leyéndola, se percibe de inmediato que, pese a formar parte de los equipos españoles más relevantes de este principio de siglo, Lamela ancla las raíces de su obra en otra arquitectura más intemporal, característica de la generación de grandes arquitectos españoles del siglo XX (Sáenz de Oiza, Corrales y Molezún, Zuazo, Fisac, Sert y, por ser justos, Moneo y De la Sota).

En la conversación, además de renegar de los arquitectos estrella en beneficio de la buena arquitectura, apunta dos claves esenciales para el éxito profesional: el trabajo en equipo, y el profundo respeto a la profesión y al método de trabajo.

Transcribo algunos de los comentarios más interesantes de la entrevista:

Arquitectura racionalista dotada de una dimensión moral: "La arquitectura deber ser útil y servir para algo, física y moralmente. Debe ser bella, que es otra forma de funcionalidad, porque el ser humano, aunque muchos insistan en alimentarlo de fealdad, desea la belleza, que, digamos, es un alimento metafísico."

Maestros: "La autorreflexión y la autocrítica. He viajado y leído mucho, he estudiado a los grandes maestros y dialogado con, por ejemplo, Richard Neutra o Van der Rohe, y en algunas de mis obras se ve la influencia de ambos".

Arquitectos estrella: "Yo no creo en los arquitectos estrella, sino en la buena arquitectura, y cuando es buena y el arquitecto tiene la oportunidad de realizar su obra, al final termina por ser reconocido. En arquitectura, más que en otras actividades, el tiempo impone una selección que no suele fallar, implacable. La prueba es esa cantidad de arquitectura anónima que me decía antes. Pero la arquitectura es una actividad compleja, para hacer una obra no basta con proyectarla no eres un músico o un pintor que trabaja en su estudio y crea de la nada, sino que necesitas de un encargo, de suelo y luego la costosísima elaboración de ese encargo. Se olvida que eso es arquitectura, que ni viene del cielo. La arquitectura tiene que ser sencillamente buena. Y si la arquitectura es buena, entonces será ecológica, bioclimática, de bajo consumo energético o lo que queramos. Pero si es mala, no sirve de nada".

Método de trabajo: "Habrá visto que toda la zona de trabajo es blanca, tanto techos como muros, porque cuando abrimos el estudio necesitábamos mucha luz natural y el blanco es el que consigue unos niveles lumínicos más altos. Después, pensé que ir de uniforme daba sensación de equipo, de conjunción y de paso distinguíamos quienes eran de casa y quienes eran visitantes. Y además, al moverse las personas que iban de blanco se fundían con el blanco de paredes y no molestaban a los que estaban trabajando. Cada vez estamos más satisfechos de haber tomado esa decisión".

Urbanismo de Madrid: "Las administraciones no tienen equipos que les aconsejen. La prueba la tiene en Madrid: se hace un urbanismo muy malo, hay que reconocerlo, y la urbanidad, peor, porque de otra manera, se exigiría más al urbanismo".

5 de febrero de 2006

El aeropuerto que Madrid merece (desde hace demasiado tiempo)


No hablo de oídas; esta misma mañana he volado por primera vez desde el nuevo aeropuerto de Madrid. Y mi sorpresa ha sido mayúscula al comprobar, a través de internet, la crónica negra que se hace de la inauguración del fabuloso edificio de Lamela y Rogers.

Es probable que la arquitectura termine siendo, a ojos del gran público, la culpable de retrasos, pérdidas de maletas, o autobuses que demoran el enlace entre los antiguos edificios y los nuevos. Precisamente por eso, tiene más sentido contar aquí mi grata experiencia de hoy, en el edificio más importante que se ha hecho en el Madrid de la Democracia.

He salido de mi casa hacia las 8:00 de la mañana, en dirección al acceso de peaje al aeropuerto que nace en el Km. 17 de la A-1. Me ha llevado menos de cinco minutos recorrer los escasos cinco kilómetros de distancia, acompañado por los pocos coches que a esa hora de sábado circulan por el norte de Madrid, y por un sol naciente casi pegado a la linea del horizonte.

El nuevo aeropuerto se deja ver al poco tiempo de tomar la vía de peaje: los reflejos dorados de la cubierta contrastan con un paisaje extremadamente árido, extraterrestre, anuncio improvisado de la España desértica que gana metros cada año.

He entrado prácticamente sólo, y he dejado el coche en el primero de los bloques de aparcamiento, en la misma planta de acceso. La primera sensación es de edificio inmenso, necesitado de pequeñas historias. Los pasillos rodantes me han llevado en muy poco tiempo al interior de la zona de facturación, en la que ya se perciben la grandeza del hormigón y el acero, y el calor de las bóvedas onduladas de bambú.

Tras más de trescientos vuelos he aprendido dos reglas básicas:

1. Todo lo imprescindible cabe en una maleta mínima, que se puede llevar en cabina(lo aprendí, evidentemente, después de que me perdieran más de una gran maleta...)

2. Las máquinas de emisión de tarjetas de embarque son infinitamente más rápidas que las personas que hacen esa misma tarea.

Siguiendo esas dos reglas, esta mañana he podido llegar rápido al aeropuerto, aparcar el coche, sacar la tarjeta de embarque... y dedicarme a recorrer durante más de una hora, mirando a mi alrededor, el fabuloso edificio que Madrid necesitaba.

Sirva esto para apoyar mi teoría, contraria a lo que se publicará en los próximos días, de que Barajas podrá tener severos problemas, pero lo serán por mala gestión aeroportuaria y errores humanos o técnicos. No serán errores achacables a una arquitectura que, a mi juicio, es el mejor homenaje a una década prodigiosa en la que España soñó con estar a la altura de los grandes...

14 de enero de 2006

Patologías de la periferia (II): El imbécil del spray



Una nueva especie parásita amenaza el hormigón y el ladrillo madrileños: el imbécil del spray.

El imbécil del spray ha descubierto que la mejor contribución a la convivencia urbana pasa por cubrir cualquier espacio de muro con pintadas de vivos colores.

El imbécil del spray tiene como hábitat natural las grandes obras públicas, pues goza dejando su sello en el hormigón húmedo. No resulta extraño que la M-30 y los nuevos barrios se hayan convertido en su ecosistema favorito.

El imbécil del spray actúa en grupo, pertrechado bajo un seudónimo que debe esconder bastante frustración (a mayor frustración, mayor tamaño de la firma, y mayor número de pintadas).

El imbécil del spray es persistente, pues suele andar sobre sus propios pasos. Basta que se decida por el ayuntamiento o la propiedad limpiar una firma, para que el imbécil decida hacerla brotar de nuevo de sus cenizas.

El imbécil suele ser bajito, lo que le obliga a doblar en dos cualquier elemento de mobiliario urbano, como farolas o señalizaciones. No le hace falta saber de mecánica para comprender que cualquier señal o farola se puede plegar, quedando al alcance del spray, si se propina un buen puntapié en su encuentro con el suelo.

Al imbécil le importa un carajo que la ciudad parezca una pocilga, es más, parece sentirse feliz entre pinturas que no son expresiones artísticas, sino una acumulación de mierda y una falta de respeto hacia los demás.

Entre todos los imbéciles, el más notable por su estupidez es aquel capaz de hacer pintadas en su propio edificio, comenzando por el lugar más recogido, el ascensor. Constatando la extensión de la plaga, es fácil de comprobar que habita en prácticamente todos los edificios de la ciudad.

El ex alcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani, baso sú éxito metropolitano, entre otras cosas, en la "política de tolerancia cero" frente al pequeño delito. Lo cuenta en su libro Leadership (Miramax Books), donde relata que decidió tomar tal medida al descubrir que buena parte de esos pequeños delitos eran cometidos por un pequeño número de personas reincidentes, amplificando la percepción del problema y la molestia de los demás ciudadanos.

No sé si Derom, Kame, Farlopa y los demás imbéciles que ensucian el nuevo Madrid son capaces siquiera de leer, pero espero que algún día alguien, defendiendo el bien común, ponga precio legal a tan monumental falta de respeto. No sería demasiado difícil seguirles la pista, teniendo google al alcance de los dedos...

Patologías de la periferia (I): El nuevo Madrid


Durante los primeros días de 2006 he podido alejarme de la frenética rutina que imponen el coche y el trabajo, para dedicarme, entre otras cosas, a caminar por el nuevo Madrid que crece cerca de mi casa, tras la delgada línea que separa Alcobendas de la capital. Un Madrid que retrata muy bien Emilio López-Galiacho en http://www.emiliogaliacho.com

Una de las ventajas o defectos que tiene vivir en la periferia, es que puedes ejercer de funambulista, intentando mantener el equilibrio entre aceras a medio construir, autovías infinitas, gruas que se pierden entre la polución, y árboles que parecen inclinarse para reclamar la atención de los muy estresados conductores. Imagino, en definitiva, que algo muy similar a lo que ocurre cada día en la periferia de cualquier gran ciudad.

Lo que hoy es una ciudad a medio hacer, fue, hace años, un espacio privilegiado, rodeado de centenarias encinas y magníficas vistas de la provinciana capital y de la sierra. No es casual que Fisac llegara muchos años antes que el Plan General y El Corte Inglés, aunque por desgracia, estos últimos hayan terminado conquistando el territorio junto a una arquitectura estandarizada y mediocre.

Me considero urbanita, y estoy muy lejos de verme entre los seguidores del Principe de Gales que propugnan una vuelta a la producción artesanal y a la vida campestre. Pero la ciudad que estamos haciendo parece estar muy lejos de la mejor de las posibles.

La primera impresión al caminar por el nuevo Madrid es que se ha perdido una grandísima oportunidad de hacer algo verdaderamente importante. Los dos nuevos barrios del norte van a albergar una población similar a la de ciudades como Soria, y, aún comenzando su andadura, ya parecen viejos. Paseando por Sanchinarro uno recuerda con envidia operaciones urbanas como las de Berlín o la Barcelona post-olímpica, en los que la sutura urbana se vio acompañada de arquitectura de calidad, con sentido urbano. No es, por desgracia, el caso de Madrid.

Hay excepciones a la regla: El colegio de la Asunción Cuestablanca, la Iglesia de los Dominicos de Alcobendas, la casa y el estudio en el Cerro del Aire del pionero Fisac; el archicriticado edificio Mirador de MVRDV, los conjuntos de viviendas de Rafael de la Hoz, y Gonzalez Gallegos y Aranguren, en El Encinar de los Reyes; son algunos ejemplos de magnífica arquitectura, que invitan a soñar sobre lo que pudo ser y no será.

Paseando por la periferia de Madrid queda de manifiesto que la ciudad nace enferma, y que la responsabilidad es compartida por quienes la ideamos, hacemos y vivimos.

Hay, en primer lugar, evidentes problemas de planificación política. Parece cuando menos estúpido que se puedan tardar más de 20 años desde que un plan urbanístico sale de un estudio hasta que se empieza a materializar. El daño que hicieron a Madrid ideas como la del "crecimiento cero" fue atroz, al limitar el mercado de suelo disponible, pero no es menor el daño que provoca un urbanismo que se limita a decidir por dónde pasan los coches y definir el sota-caballo-rey de lo que no se puede hacer, dejando la arquitectura a expensas de los crematísticos deseos de los promotores. La arquitectura se ha convertido hoy en algo simplemente necesario para poder poner un suelo cuadrado construído en el mercado.

En la medida en que la arquitectura condiciona la ciudad y la vida de los ciudadanos, creo las administraciones deberían, en lugar de establecer límites a la libertad, apostar por la liberalización, ejerciendo el "derecho de tanteo" a la hora de proponer proyectos alternativos a los que se acompañan la licencia. Pero eso es soñar con una ciudad hecha con criterios arquitectónicos...

En los siguientes post me referiré a otras cosas que me indignan de la nueva ciudad de Madrid, como la proliferación de imbéciles con spray, los cutrecarteles publicitarios, la estandarización de la arquitectura de la vivienda, los tontos al volante y demás especies de esta ciudad a la que, en el fondo, queremos.