5 de febrero de 2006

El aeropuerto que Madrid merece (desde hace demasiado tiempo)


No hablo de oídas; esta misma mañana he volado por primera vez desde el nuevo aeropuerto de Madrid. Y mi sorpresa ha sido mayúscula al comprobar, a través de internet, la crónica negra que se hace de la inauguración del fabuloso edificio de Lamela y Rogers.

Es probable que la arquitectura termine siendo, a ojos del gran público, la culpable de retrasos, pérdidas de maletas, o autobuses que demoran el enlace entre los antiguos edificios y los nuevos. Precisamente por eso, tiene más sentido contar aquí mi grata experiencia de hoy, en el edificio más importante que se ha hecho en el Madrid de la Democracia.

He salido de mi casa hacia las 8:00 de la mañana, en dirección al acceso de peaje al aeropuerto que nace en el Km. 17 de la A-1. Me ha llevado menos de cinco minutos recorrer los escasos cinco kilómetros de distancia, acompañado por los pocos coches que a esa hora de sábado circulan por el norte de Madrid, y por un sol naciente casi pegado a la linea del horizonte.

El nuevo aeropuerto se deja ver al poco tiempo de tomar la vía de peaje: los reflejos dorados de la cubierta contrastan con un paisaje extremadamente árido, extraterrestre, anuncio improvisado de la España desértica que gana metros cada año.

He entrado prácticamente sólo, y he dejado el coche en el primero de los bloques de aparcamiento, en la misma planta de acceso. La primera sensación es de edificio inmenso, necesitado de pequeñas historias. Los pasillos rodantes me han llevado en muy poco tiempo al interior de la zona de facturación, en la que ya se perciben la grandeza del hormigón y el acero, y el calor de las bóvedas onduladas de bambú.

Tras más de trescientos vuelos he aprendido dos reglas básicas:

1. Todo lo imprescindible cabe en una maleta mínima, que se puede llevar en cabina(lo aprendí, evidentemente, después de que me perdieran más de una gran maleta...)

2. Las máquinas de emisión de tarjetas de embarque son infinitamente más rápidas que las personas que hacen esa misma tarea.

Siguiendo esas dos reglas, esta mañana he podido llegar rápido al aeropuerto, aparcar el coche, sacar la tarjeta de embarque... y dedicarme a recorrer durante más de una hora, mirando a mi alrededor, el fabuloso edificio que Madrid necesitaba.

Sirva esto para apoyar mi teoría, contraria a lo que se publicará en los próximos días, de que Barajas podrá tener severos problemas, pero lo serán por mala gestión aeroportuaria y errores humanos o técnicos. No serán errores achacables a una arquitectura que, a mi juicio, es el mejor homenaje a una década prodigiosa en la que España soñó con estar a la altura de los grandes...

1 comentario:

mOe:) dijo...

Infumable la crítica basada en el desconcierto de los primeros dias: solo creible por quienes ni saben ni preguntan.